Hace mucho tiempo existía una montaña llena de árboles y de vegetación abundante. Aquella era una bella primavera: Abejas y pasarillos volaban en el aire. Las flores raras de aquél terreno estaban floreciendo, dando a la brisa una fragancia dulce. Al anochecer un hálito venía de la tierra.
Un joven indígena, nombrado José, se perdió de sus compañeros durante una cazada. De repente se quedó solo en ese escenario. Él sabía cuidarse para no tener hambre o sed, pero creía que la mala suerte de un hombre tenía el tamaño de su soledad.
Al principio, esperaba que sus compañeros iban a encontrarlo. Por fin, como no llegaban, entendió que para dejarlo, sus amigos lo creían muerto. En ese momento se sintió el más solo de los hombres.
Él solía cantar, todas las tardes, para los pequeños animales de la montaña, que se hicieron sus amigos. Aún tenía esperanza de ser oído por su gente y que así iba a buscarlo.
Un día le sorprendió un anciano agitado que le pidió un poco de agua. José había aprendido a tener respeto por los ancianos, entonces lo ayudó dándole agua y frutas del tiempo. Es más, estaba feliz por hablar con un humano otra vez.
Mientras charlaban, José descubrió que aquél indio anciano era, en realidad, un chamán que estaba allá para buscar una flor fucsia que sólo florecía en aquella montaña. La flor iba a ser usada en una medicina para salvar la vida de una joven india de la tribu del chamán.
José sabía que la flor estaba en un sitio peligroso de la montaña: En el tope de una cascada donde sólo se llegaba por escalada (escalando). El jóven indio decidió escalar la cascada y consiguió agarrar la rara y bella flor, entregándola a su amigo. El chamán se quedó tan contento que invitó a José para irse a su tribu.
Ellos viajaron juntos por semanas, haciéndose así, amigos. Pasaron por una sierra, por un río y por un desierto frío. Vieron selvas antárticas, y colosos de granito...” y también fuentes con aguas termales. Entonces, llegaron al “fin del mundo": La tierra era fría y se veían pingüinos y una agitación de olas en el mar. Un sitio donde fuegos dispersos y columnas de humo parecían flotar sobre las aguas, en la neblina del amanecer. Esa era la Tierra del Fuego, el sitio donde estaba la gente del chamán.
El chamán hizo la medicina y, como estaba muy fatigoso, le pidió a José que la llevara a María, la india enferma. Mientras andaba por el pueblo vio que aquella era la gente que él había perdido y muchos indios se recordaron de él. José estaba contento por rever su gente.
Cuando José llegó al toldo de María y clavó sus ojos en ella, se enamoró perdidamente. Ella era hija del cacique del pueblo y también se enamoró de él.
El cacique se quedó tan agradecido por José haber salvado la vida de su hija que permitió el casamiento de los dos.
Entonces, cuando José fue invitar el chamán para su casamiento, no lo encontró. Preguntó a María por el anciano y ella dijo que el chamán de la tribu no era joven ni anciano tampoco.
José buscó por su amigo por todo el pueblo, sin logro. Sólo encontró plumas de cóndor en el sitio donde se había acostado el chamán misterioso.
El día de su casamiento, José estaba triste por no tener su compañero a su lado. De repente, un cóndor voló sobre su cabeza, posó en la tierra y se transformó en el chamán. Él le dijo:
- José, soy el espíritu de la montaña. Oí sus tristes canciones y decidí probarle el coraje y la caridad, ¡lo que fue muy bien! Por eso, lo ayudé a buscar su gente. Ahora, vengo para decir adiós. Diga a su gente para mantener el respeto por los ancianos y para tener un coraje igual que el tuyo. ¡Adiós, amigo! – y volvió a ser un cóndor que otra vez voló para la montaña.
José es ahora un anciano que sigue contando esa historia para sus nietos. Nunca he visto el chamán de vuelta, pero siempre que mira el cielo, busca por el cóndor.
Ninfa Negra
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