domingo, 13 de mayo de 2012

Osvaldo

Él había ido a la escuela de adolescentes para hablar sobre un de sus libros, lo que los chicos debían leer. Era un trabajo para él y una tarea para los chicos.

Al principio, los jóvenes siquiera se atentaban a sus palabras. Y ella esperaba que los chicos no comprendiesen al autor. No juzgaba que sus amigos fueran sensibles, excepto por un u otro. Pero él cautivó a los chicos. Con algunas bromas él derrotó al prejuicio para alcanzar la atención de los adolescentes.

Ella no desviaba los ojos del hablante. Cruzó los brazos. Era un intento torpe lo de proteger su corazón juvenil. Un guiñar y se aventuraba por sus palabras. Todo es intenso entre adolescentes. Ella estaba apasionada por cada frase. Él le llevaba a mundos de fantasía en los cuales ella era la autora. Sacudió sus pensamientos raros y volvió su atención para él. Con ideas, él le había alcanzado el alma.

Tímida, juntó fuerzas para preguntar al autor algo, no sobre el libro pero sobre escribir. Él le miró en los ojos antes de contestar. El facto la estorbó, pero luego ella se acordó que nadie iba a acordarse de ella. ¿Por qué él se acordaría? Tranquilizó su corazón y le oyó.

"¡Pobre niña! Es apenas una niña... Y se está despertando...", él pensó suspirando, mientras buscaba lo que iba a decirle. Le contestó condescendiente. Era un destino cruel lo de portar las palabras. Todavía él estaba allá para estimular a los niños. Era su misión incitarlos a la cultura. Así fue que contestó a la niña de mejillas coloradas y gafas.

Después de la palabra, la escritura, y él se dispuso a autografiar libros.

La chica se mezcló a sus iguales, los de pantalones y camisas grises. En la multitud su singularidad estaría protegida. Desconocía que era diferente. Ignoraba que estaba marcada.

Él sabía que ella estaría entre los sin colores y la esperó. Tal vez le esperara la vida entera.

Ella era la próxima. En vez del libro que los chicos eran obligados a leer, la chica abrazaba el último. Ella le entregó un libro. Él le preguntó su nombre. Ella dijo en una voz demasiado dura para una chica. Fue cuando él supo lo que un día ella descubriría. Sin decirle otra palabra, escribió en el libro, lo cerró y lo entregó a ella.

La chica no leería el libro delante él. Éso él ya esperaba.

Pero sus amigas la cercaron como abejas. El autor se había detenido un poco más para escribirle, así las niñas también querían leer.

Mientras leyó la dedicatoria, los ojos se le abrieron desmesuradamente y la chica se marchó con el libro en los brazos y las mejillas aún más coloradas.

Él sonrió y volvió a los autógrafos. Su misión allá estaba cumplida.

Jamás se cruzaron otro vez. Meses más tarde él murió en un accidente estúpido.

Aún hoy ella lamenta que él jamás vio sus brazos se abrieren para el mundo.

Para Osvaldo França Júnior
(de la ninfa que reconocieras antes de ella misma).

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