En la superficie del agua reposaban tranquilos esos numerosos animales abstractos, los pensamientos. No eran más que alegres y pequeñas ideas, lisas, livianas y plácidas, que se confundían con el agua clara en una armonía sin otra igual.
Agua y pensamientos vivían juntos y así pegados, eran impenetrables y devolvían al cielo todo el brillo del sol que les alcanzaba, cegando a quien les miraba.
Los pensamientos, que no tenían un cuerpo definido, se lo adquirían con esta acuosa y integrada simbiosis. Uno obtenía un cuerpo prestado, el otro ganaba una maleable alegría transformada en reducidas olas.
Vino el tiempo, aquél que todo cambia.
Al mirar aquella unión, el tiempo, que tampoco tenía cuerpo, se llenó de envidia. Se puso celoso y quiso robar los pensamientos sólo para sí. No les pudo agarrar pero usando toda su malicia, confundió y corrompió a los pensamientos. Deformó y rayó el agua. En fin, transmutó todo el equilibrio del lugar...
Por culpa del tiempo, los pensamientos se tornaran tristes, densos y pesados... Cuando el agua se dió cuenta de su plan, intentó sostener los pobres pensamientos que se ahogaban, pero era tarde. No les pudo aguantar... Siendo así, los pensamientos se perdieron en sus honduras, desvaneciéndose.
La superficie del agua, en señal de luto, se tornó más oscura y no más reflejaba los rayos del sol que ahora eran atraídos hacia dentro de toda su profundidad por una fuerza desconocida.
Y es por éso que hay aguas claras y otras oscuras... Las claras todavía no han sido halladas por el tiempo...
Ninfa Negra
Juguetes... Tan sólo juguetes... Nada más...
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