No tenía forma
el cuerpo a lo lejos.
La niebla blanca le vestía
con un traje gris.
Parecía un alma
esperando redención.
Contemplarle daba miedo,
pero él nada hacía.
Sólo miraba el cielo sin estrellas o luna.
Había una extraña aura familiar en la figura.
Me aproximé
y tomé su mano fría.
“Ya es hora”
él me dijo.
Yo no sabía hora de qué.
Él no sonrió.
Siguió sin mirarme.
De pronto, se elevó del suelo
se mixturó a la bruma
y desapareció.
Desperté sin lágrimas esta vez.
Ya era hora
de decirte adiós.
Ninfa Negra
(para Dudu, un homenaje tardío)
saudaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaade!!
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