Aquí está nuestra dulce compañía.
Nos cuida de noche y de día,
pero no nos vigila.
Cuida al otro: él que no se puede despertar.
El ángel lleva en una mano la blandura
para acariciar la carne cruda del sueño.
En la otra mano porta la espada,
lista para luchar.
La mirada del ángel
es casta y dura.
Y su lengua echa sermones
con la misma alegría
que habla sobre amar al prójimo
en su eterna canción de cuna.
El ángel guarda a un demonio.
El tuyo o el mío.
Nadie jamás lo sabrá
a menos que se le despierten.
Acércate de nosotros,
protector invisible
y vele por sus niños dormidos,
hechos de polvo oscuro,
agua clara y
alma ambigua.
Sí.
Hay que nos guardar.
Ninfa Negra
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