Por algunas horas el ojo de la diosa se cayo del cielo.
Sin opción, las olas del mar silenciaron sus susurros,
pero no cesaron su movimiento.
Nos creyendo sordos, nos callamos.
Mirar el mar sin música era raro.
Contemplar el cielo sin luna nos asustaba.
Carentes de la mujer de luz en el firmamento
consentía a la desesperanza que bailase en el aire.
Una gotita de sangre se elevó de cada alma
para rellenar la eternidad.
La diosa volvió después.
No había disculpas en su mirada renovada.
El recuerdo de lo que pasó
sin la diosa de la sangre, del silencio e del alma
fue olvidado.
Ninfa Negra
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